Los exámenes de
laboratorio constituyen elementos de gran utilidad en el diagnóstico y manejo de
enfermedades y, tratándose de seguros de personas, para valorar riesgos. Sin embargo,
deberemos tener en cuenta que existen una serie de limitantes. Primero, a
diferencias de otras áreas de la ciencia, como la física, por ejemplo, no
tenemos puntos de referencia precisos para determinar cuáles son los valores
normales. Un decímetro cúbico de agua dulce pesado a nivel del mar es un
kilogramo. Se tienen patrones para determinar lo que es un metro de longitud y
ese valor es universal. En cambio, no tenemos a un ser humano "patrón o molde"
para tomarlo como punto de referencia de todos los demás y establecer con base
a él los valores normales de laboratorio.
Por otra parte, existen
muchas variaciones en los valores de laboratorio dependiendo de la edad, género,
raza, tipo de alimentación, factores genéticos, hora del día o la época en que
es tomada la muestra que se analiza (sangre, orina, etc.). En cierto tipo de
exámenes el hecho de que el sujeto a examinar haya permanecido mucho tiempo de
pié o haya realizado ejercicio antes de la toma de sangre puede alterar los
resultados, siendo estos solo algunos ejemplos de los muchos factores que
pueden influir sobre el resultado de algunas pruebas. Finalmente, habrá que
tener cuenta que cualquier prueba de laboratorio tiene un cierto margen de
variabilidad, es decir, si con la misma muestra repetimos en varias ocasiones
una medición, en cada una de ellas podemos registrar pequeñas variaciones en el
resultado.
Existen varios métodos
para determinar valores "normales" de laboratorio, a los que resulta
más apropiado considerarlos como valores de referencia. Uno muy usado es tomar
a un grupo grande de individuos que tras una revisión médica se consideran sanos
y se les toma una muestra para algún examen, por ejemplo, muestra de sangre
para determinar el número de glóbulos rojos por microlitro (1 microlitro
equivale a 1 milímetro cúbico) o de cualquier otro parámetro que queramos medir.
Una vez obtenidos los resultados de los sujetos examinados se calcula el valor
medio de todos ellos y dos desviaciones estándar, que equivale aproximadamente
al 95% del total de sujetos estudiados. El 2.5% con valores más bajos y el 2.5%
con valores más altos se consideran fuera de los valores de referencia. Esta
forma de calcularlo tiene suficiente sustento científico y metodológico estadístico,
sin embargo, no deja de ser un tanto arbitrario y es parte de las limitaciones
que existen en cualquier examen de laboratorio y que no podemos evitar.
Es muy importante saber
que un resultado “normal” no garantiza en forma absoluta ausencia de enfermedad
ni un “anormal” garantiza enfermedad. En caso de duda, la interpretación del
resultado debe hacerse a la luz de la probabilidad, partiendo de los
antecedentes del individuo estudiado, presencia de síntomas de enfermedad, etc.,
siendo útil repetir el examen y a veces realizar exámenes alternos que ayuden a
clarificar la situación.
No olvidemos que las
variables biológicas, entre las que incluimos todas las determinaciones de
laboratorio, tienen, oscilaciones en el curso del tiempo como puede ser la hora
del día o en diferentes situaciones fisiológicas (por ejemplo, durante el
período menstrual) o en diferentes épocas del año. El repetir un examen de
laboratorio, una o varias ocasiones, ayuda a tener una apreciación más justa y
razonable.
En la medicina del
seguro con frecuencia enfrentamos a personas sanas, sin antecedentes
desfavorables ni síntomas de enfermedad. En ellos debemos ser más cautos al
interpretar los resultados y de hecho los rangos de valores de laboratorio que
se consideran “normales” son más amplios que los utilizados en medicina
clínica.
Las tres
subnormalidades que más frecuentemente encontramos en los solicitantes de
seguros, y que constituyen alrededor dos tercios de todos los casos de
extraprima por causas médicas, son la obesidad, la hipertensión arterial y la
diabetes. Es un hecho aceptado que por cada diabético conocido hay por lo menos
otro más que aún no lo sabe y la prevalencia de la enfermedad es muy alta en
México: 7% de la población a los 40 años de edad, la que asciende al 25% a los
60 años, por lo que no es de sorprender que cuando se hace un examen de
laboratorio para otorgar una póliza de seguro, no es infrecuente detectar
diabetes en personas a partir de los 35-40 años. Cuando le tomamos sangre a una
persona que no se conoce diabética y encontramos una glucosa muy elevada, el
diagnóstico de diabetes queda establecido, pero si su glucosa está sólo ligera
o moderadamente elevada deberemos hacer otras pruebas para confirmar o
descartar la presencia de la enfermedad, siendo la prueba más útil la llamada
prueba de tolerancia a la glucosa. Esta consiste en citar al paciente en ayuno,
tomarle sangre y luego darle a tomar un líquido que contiene 75 gramos de
glucosa (azúcar) y después se le toman nuevas muestras de sangre para medir
niveles de glucosa a los 30, 60, 90 y 120 minutos de haber tomado la glucosa. De
acuerdo al comportamiento de los niveles de glucosa en sangre se pude confirmar
o descartar la existencia de diabetes o hablar de intolerancia a la glucosa o
de valores alterados de glucosa en ayuno, que si no se corrigen pueden ser el
presagio de diabetes en el futuro.
En la orina con cierta
frecuencia se encuentran glóbulos rojos o proteínas. Este puede ser hallazgo
ocasional en individuos sanos, pero si la anormalidad persiste habrá que
investigar una posible enfermedad en riñón o en vías urinarias. Cuando estos
hallazgos los encontramos en un solicitante de seguro, la conducta habitual es
pedirle dos muestras adicionales de orina en días diferentes. Si resultan normales,
la probabilidad de que se trate de una persona sana, es alta.
En cuanto a los
estudios de imagen tengamos en cuenta, primero, que el grado de resolución, es
decir, el tamaño mínimo que debe tener
una estructura, por ejemplo, un tumor, es en el mejor de los casos, de varios
milímetros si se trata de estudios especializados como una tomografía o
resonancia magnética. En una radiografía simple o en un ultrasonido
convencional, su grado de resolución es aún menor. Por otra parte, las imágenes
obtenidas suelen ser bidimensionales y no tridimensionales, lo cual es una
limitante más, y al ser bidimensionales la imagen obtenido es la suma de las imágenes
que forman todas las estructuras sobrepuestas en sentido anteroposterior en
relación al transductor del equipo de ultrasonido o del tubo emisor del aparato
de rayos X, lo que puede generar imágenes que confunden, por ejemplo,
diagnosticar un tumor cuando en realidad no lo hay. Cuando un ultrasonido o
cualquier otro estudio de imagen revele alteraciones, en especial la sospecha
de un tumor, generalmente es necesario
acudir a otros estudios más especializados y con mejor resolución.
Por último, es importante saber que en la evolución de cualquier enfermedad existe una etapa inicial en la que ésta empieza a gestarse y en la cual no hay síntomas ni alteraciones de laboratorio. A medida que la enfermedad avanza empiezan a aparecer algunas manifestaciones no claras de ella, ya sean síntomas, alteraciones de laboratorio o ambas, hasta que finalmente la se hace evidente. El tiempo que tarda una en hacerse evidente es muy variable, desde unas horas hasta semanas o meses. Presentamos la imagen de un iceberg para ejemplificarlo. La parte visible de la enfermedad corresponde a la parte del iceberg que se hace visible sobre la superficie del agua.